El futuro contruido por ladrillos
El futuro. Una palabra causa temor
a los más fortachones y alivio a los débiles o, quizás, terror a todos. Sí,
creo que es terror. El futuro tienta con nuestras vidas día con día. Mamá habla
de ello, papá, los abuelos, los tíos y primos, tus amigos, los maestros (muchas
veces) y cualquier persona que se pregunté: “¿Qué vas a hacer de grande?”. Es
una simple palabra de seis letras, una frase y un tiemble.
Estoy en la etapa
como muchos otros donde tengo que pensar en lo que haré en mi futuro. ¿Qué
estudiar? ¿Cómo saber que es lo correcto? Yo misma me carcomo con las
preguntas. Revuelven mi mundo y agitan mi cabeza, lanzando y recogiendo mi
futuro del suelo. La pregunta, creo yo, no se puede resolver sin la ayuda de
Dios. Él nos tiene una misión, una vocación de oro que creyó sería lo mejor
para mí, para ti. Si abogada, médica o maestra, casada, soltera o de vida consagrada…
Dios construyó la mejor pared de nuestras vidas. Los planos los tiene Él.
Mira,
piénsalo así: Dios es el mejor en todo (no lo puedes negar). El mejor médico,
maestro, ingeniero, biólogo, escritor que puede haber, pero en lo mismo, es un
arquitecto y constructor. Dios tiene frente a ti los planes de tu vida:
sostenida la vida con sueños, pavimentada con ilusiones, pintada de fe. Ahora
bien, si ya están los planos… ¿quién la construye entonces? Nosotros. De
verdad. Nosotros y Dios. Cada acción, cada palabra y decisión es un ladrillo
que colocamos en el muro, la pared está allí esperando. Eso sí, dicha
maravillosa y simple pared no se construye con ladrillos de: “haré”, sino con
los que dicen: “hago”. ¿De qué sirve construir una vida llena de “sí, lo haré” cuando dichos ladrillos son falsos? En
cambio, los ladrillos: “hago” son tan permanentes y estables que la muralla de
tu vida llegará alta y alta que alcanzará a Dios.
Que tengas un gran día,
Caz Duéñez
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