La perfecta imperfección


Hace unos días una amiga mía, navegando en internet, se encontró con unas fotos de una modelo de piel oscura muy bonita. Los labios carnosos, los ojos grandes y negros, las piernas y cadera en una dimensión proporcional: sí, era muy bonita. En eso, mi amiga me enseña las fotos y dice con extrema sinceridad: "¡Mira! ¡Qué perfecta es!"
Ahora bien, guardé silencio un momento y analicé la foto; admitía que la mujer era muy bella y tomó una decisión acertada al ser modelo porque su cuerpo y aspecto físico se lo favorecía, pero… ¿perfecta? Perfecta, para mí, no lo era.
Se lo hice saber a mi amiga: "No es perfecta, nadie lo es". Ella deslizó su dedo en la pantalla y más fotos de aquella chica aparecieron. "No. Mírala, ella es perfecta. ¡Observa su cuerpo"
 Lo hice.
 "Es bonita pero no perfecta".
Mi amiga ya no dijo nada, yo tampoco a decir verdad.
"Nadie es perfecto", fue lo único que añadí antes de irme. El momento me dejó pensando. Perfecta. Perfecta. ¿Por qué existen aspectos que catalogan lo perfecto a lo no perfecto en este mundo?

A los ojos de Dios, no somos perfectos ni imperfectos, solo somos sus hijos amados, solos somos nosotros. Yo soy Caz para Él como tú eres tú y Él te ama por eso. No necesitamos ser perfectos para conseguir el amor o la aprobación de nadie.
La perfección, lamentablemente, en este mundo se forma por prejuicios de la sociedad. "Bonita", "atractiva", "guapo", "fuerte". Y tales etiquetas nos hacen sentir inferiores, imperfectos.  Pues ¡no!, ignora todo aquello. Ellos no son perfectos, tú no eres perfecto, yo no soy perfecta. Nadie salvo Dios lo es. Pero a Jesús no le importó si tus habilidades o aspecto físico eran perfectos, al contrario, el Señor tomó nuestras imperfecciones y las depositó en la cruz.


¿A qué voy, entonces? A decir que ni la modelo, ni yo, ni mi amiga ni tú somos perfectos. Mucho menos debemos decir: "Ella es perfecta o él es perfecto". Tus defectos y habilidades, tus destrezas y características son lo que te hacen asombroso/a. Deja de pensar en la perfección falsa de los demás y piensa en lo grandioso que eres para Dios, lo imperfectos que somos y que Dios nos ama tal cual. Si tenemos las piernas largas, el cabello corto o negro, si piel clara u oscura, las piernas rellenas o el pecho de palo, ¡qué importan las perfecciones de la sociedad si tú crees que eres lo más maravilloso para los ojos de Dios! Pensando en que nadie es perfecto, mírate en el espejo y cree que tú eres una maravilla imperfecta.
Deja la perfección a un lado, enfócate en lo que te hace ser quien eres. ¡Sé la perfecta imperfección!


Con mucho cariño, creaturas del Señor.


Caz Duéñez

 

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